eNTRE EL DESARRAIGO Y LA REALIDAD

  

por

 

Elena Méndez

Periódico de Poesía - Dirección de Literatura de la UNAM

(Universidad Nacional Autónoma de México)

        

   Maricel Mayor Marsán (Santiago de Cuba, 1952) es una poeta cuya lírica he calificado de ‘desgarrada’ y en la que encuentro una eterna nostalgia, si bien la autora no se considera nostálgica. A esa conclusión llegué tras leer sus libros Errores y horrores. Sinopsis histórica-poética del siglo XX (2000); En el tiempo de los adioses (2003) y Desde una plataforma en Manhattan Antología poética/1986-2006  (2008).

     Ahora, que he leído su nuevo poemario, Rumores de suburbios, puedo seguir afirmando que en su obra “vuelca no sólo sus dolores más íntimos sino, también, su gran preocupación acerca de temas sociales”. Así, constituye “Una poesía de eterna nostalgia que, sin embargo, desea romper con la desesperanza.”

     Rumores de suburbios se divide en cinco apartados cuyos títulos brindan al lector una somera pero sugestiva idea sobre su contenido: “Suburbios”, “Intimidades”, “Contemporáneas”, “Tristezas” y “Soleadas”.

     Un suburbio, según la Real Academia Española, es un barrio periférico urbano. En la elección que la autora ha hecho de este vocablo, no sólo para nombrar un apartado de su libro sino, también, al libro mismo, me percato una vez más del profundo desarraigo que ella misma ha experimentado. Baste recordar que ella debió abandonar muy joven su natal Cuba y radicó posteriormente en España y en Estados Unidos, país este último donde se ha establecido.

     Ese desarraigo conllevaría, entonces, una lucha por la pertenencia, por la identidad, nociones cada vez más difíciles de defender y comprender en un mundo permeado por la indiferencia, la alienación, el consumismo, la falta de comunicación y el desamor.

     Pese a que la mayoría de poemas incluidos en “Suburbios”, el primer apartado, resultan dolorosos y amargos, la autora acierta al no caer en sensiblerías; por el contrario, ironiza ante el tedio y el afán material que tornan casi autómatas a sus protagonistas, ya sean individuos o familias enteras que viven inmersas en rutinas agobiantes, con tal de aparentar un nivel de vida superior, lo cual los aísla y merma toda posibilidad de verdadera unión entre ellos.

     Así, “La reina de los suburbios”, “La Barbie de los suburbios” y “Las madres por compromiso”, son capaces de cualquier cosa  para lograr una apariencia perfecta, que sea su pasaporte a una vida llena de comodidades: mientras para “La reina” “Su máxima preocupación del día/son las uñas acrílicas y las compras”, para “La Barbie”, reina en ciernes, “(…) pretende atrapar ilusiones en bolsas:/de agua, silicona/o cualquier otra cosa./El caso es lucir voluptuosa”.

     Todo eso para cumplir con un destino que creen el indicado, como “Las madres por compromiso”: “¡Ay! De las mujeres que a bien lo tienen, / de procrear para aferrarse a buenas cuentas bancarias / maridos / casas / buenos seguros, / todo según ellas factible por merecido motivo”.

     La enorme soledad a la que conduce este patrón de vida queda de manifiesto en poemas como “El lenguaje del hogar”, “Apuntes de un hogar posmoderno”, donde la familia deja de ser tal para convertirse en un conjunto de individualidades, paradójicamente, con un rostro desdibujado que se pierde entre las masas. Cito, del primer poema: “Cuando el lenguaje del hogar/dejó de ser ‘te quiero, / y las aspiraciones por ‘tener más’ / se hicieron pan de cada día / los contornos del cariño se tornaron grises”.

     Esos contornos grises del cariño que pretenden pintarse de rosa, como en “Apuntes de un hogar posmoderno”: “Queremos ser felices a toda costa, / todos vemos televisión separados / en nuestras respectivas habitaciones / siempre a la misma hora, /siempre a las diez”. Sin embargo, en vez de transitar del gris al rosa se pasa al negro, como en la dramática vida de “El suicida del suburbio”, quien –cito- “(…) ignora / la fila interminable de vehículos / que lo acompaña en su ruta / guiados / por conductores con cara de suicidas”.

     “Intimidades” me revela a una Maricel apasionada y tierna, no sólo en el ámbito erótico sino también, en aquellas pequeñas cotidianidades que vuelven grandiosa una existencia. Cito los versos finales de “Espacio íntimo”, donde se aprecia esa gozosa vitalidad: “La luz cae sobre la cama que vuela / en un espejismo de atardeceres / vestidos de Adán y Eva”.

     En “Contemporáneas” se realiza un homenaje a mujeres que han influido en la vida de la autora. En particular, destaca el poema “Mitad norte, mitad sur”, dedicado a la poeta coahuilense Dana Gelinas, quien hiciera una magnífica labor al seleccionar y prologar el ya citado libro de Maricel, Desde una plataforma en Manhattan, donde se recopilan 20 años de obra poética. Me atrevería a sostener que la poeta cubana se siente identificada con su colega por más de una circunstancia: no sólo las une el género y el oficio, sino también esa búsqueda de identidad por el desarraigo interior y geográfico.

     En “Tristezas” resulta clara la indignación, la impotencia ante los delirios del poder, ya sea doméstico o político y las tragedias íntimas que esto suscita, llámese desintegración familiar, muerte, exilio… Cito versos de “Desdeñando razones”, dedicado a su abuela paterna: “Nunca pensaste que algún día tú también / ibas a convertirte en una abuela a distancia. / Tus esperanzas tenían calor de trópico y te impedían / imaginar / un destino de lejanía / para tus hijos y nietos”.

     Tragedia íntima de la que no estuvo exenta La Guarachera de Cuba, Celia Cruz, originaria del humilde barrio habanero Santos Suárez, quien tuvo que dejar la Isla para que su arte pudiera trascender. Esa isla que, sin embargo, nunca dejó de dolerle, máxime desde que le fuese negado el permiso para despedir a su madre muerta. A Celia, nuestra Negra adorada, Maricel le dedica “Elegía para una diva tropical”.

 

  

  La periodista Elena Méndez presentando el libro en la XXXI FILPM

 

  

Maricel Mayor Marsán leyendo un poema de su libro

 

 

     “Soleadas”, el quinto y último apartado, incluye tres breves poemas dedicados a sendos países caribeños: Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Para Maricel, Cuba es una “mujer isla que espera”, mientras que Borinquen es “fermento de amores, sol de soles, voz de voces” y Dominicana es un recuento de sabores y olores, tan vívido como el último adiós a su abuela en Santo Domingo…

     La poesía de Maricel Mayor Marsán, eterna nostálgica, se mueve entre el desarraigo y la realidad, terrenos sombríos donde, no obstante, abre un resquicio de luz.

 


 

Esta reseña fue leída originalmente en la:

 

XXXI FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DEL PALACIO DE MINERÍA

Auditorio Sotero Prieto - Presentación del Libro

Centro Histórico - Ciudad de México, D.F.

(27 de febrero de 2010)

 

 

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