MARICEL MAYOR MARSÁN. LAS TOCAYAS.

 

por

 

Matías Montes Huidobro

(Linden Lane Magazine)

 

 

Si bien en la dramaturgia cubana la mujer ha jugado un papel protagónico, lo cierto es que el número de dramaturgas ha sido realmente reducido, haciendo que el discurso femenino se desarrollara en la escena cubana a partir de una perspectiva masculina, inclusive en el caso de la reivindicación de los derechos de la mujer, cuyos primeros y más sólidos planteamientos se remontan hasta principios del siglo XX en la voz precursora de José Antonio Ramos. No obstante ello, hacia fines del siglo pasado y principios del presente, han ido apareciendo un buen número de dramaturgas que le han dado mayor realce al discurso femenino, particularmente en el teatro escrito fuera de Cuba. Entre las mismas se encuentra, Maricel Mayor Marsán, que desde hace unos diez años, aproximadamente, ha dado a conocer una serie de obras teatrales cortas en sus libros Gravitaciones teatrales (2002) y Trilogía de teatro breve (2012), algunas de las cuales han sido llevadas a escena, donde la mujer y sus circunstancias, mayormente negativas, constituyen el foco dramático del texto. Faltaba, sin embargo, y creo haberlo mencionado antes, que escribiera una obra de mayor desarrollo, que finalmente se hace realidad con Las tocayas (2013), dividida en tres actos.

 

El discurso dramático de Mayor Marsán es directo, marcando un deseo de exposición diáfana del conflicto, y apuntando a un realismo sin circunloquios para que quede claro y sin lugar a dudas las circunstancias específicas de los personajes, evitando de este modo oscurecer el planteamiento. Más que el desarrollo de conflictos sicológicos, prefiere dar a conocer circunstancias vitales donde a la mujer le toca jugar la peor parte, como ha hecho en piezas previas. Es, por consiguiente, un discurso comprometido. No excluye el planteamiento del conflicto interno, pero el mismo se sostiene a través de datos específicos que crean la crisis dramática de  la protagonista, que se desarrolla dentro de un contexto histórico planificado.

 

Por consiguiente, la acción de Las tocayas comprende un tiempo específico, 1962-1992, en Cuba, con fechas exactas, que sirven para darnos las pautas de lo que está pasando en el ámbito histórico. Las fechas verifican la realidad de las circunstancias. Tomando un largo período conflictivo de la vida cubana, desarrolla paralelamente el discurso femenino de Manuela 1, que está atrapada entre la historia colectiva, que la asedia, y la historia personal, que la vuelve víctima del discurso masculino. La primera escena (y en realidad todas ellas) es explícita, dándonos a conocer su relación con Esteban, un hombre casado con el cual ha vivido varios años, que se va de Cuba. Enfoca la situación cubana desde un ángulo poco frecuente del contexto, generalmente observado, cuando menos desde el punto de vista de los cubanos exiliados, desde “esta” orilla. Es decir, y esta es una virtud del planteamiento, invierte el enfoque. El tema de la mujer que espera por el hombre que nunca regresa, nos remonta a la lírica teatral lorquiana de Doña Rosita la soltera, y a otros casos, pero aquí, desprovisto de toda retórica y de toda lírica, le sirve para definir la personalidad de Manuela 1 y la sórdida circunstancia  (individual y nacional) a la cual se enfrenta.   

 

El desarrollo de la acción nos lleva, a través de una trayectoria cronológica específica, a otras separaciones, que casi adquieren una tónica irreal a medida que se acumulan objetos que le dejan los que se van y que podrían funcionar muy efectivamente en un buen montaje. Desde acá, observa la autora a la otra orilla, diversificando el discurso. Pero la relación más efectiva es la que se desarrolla entre las tocayas, Manuela I y Manuela 2, que es la Presidenta del Comité de Defensa de la Revolución, su antítesis, y que ahora, de la sociedad burguesa a la revolucionaria, es la vecina de los bajos. De una fecha a la otra, la acción avanza con efectividad, y la personalidad de las dos mujeres le sirve a la dramaturga para apuntar a puntos de convergencia y divergencia significativos. Quizás la última escena, en la cual Mayor Marsán da un salto hacia el monólogo, en una obra que se ha desarrollado mediante un discurso escueto, no sea la más afortunada de la obra, y se vuelve innecesariamente explícita y retórica. En realidad Esteban ha sido descaracterizado por su conducta individual y por la historia colectiva: ha quedado eliminado y no significa nada, y Manuela, a quien la adversidad la ha favorecido dramáticamente hablando, no lo necesita en lo más mínimo. Ni nosotros tampoco.

 

Con Las tocayas, Maricel Mayor Marsán amplía las posibilidades del discurso de la mujer, y lo que es más, del discurso histórico cubano, en un intercambio de puntos de vista donde las tocayas apuntan hacia un mejor entendimiento.

 


 

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