MIAMI. POEMAS DE LA CIUDAD/POEMS OF THE CITY,

DE MARICEL MAYOR MARSÁN

 

por

 

Waldo González López

PALABRA ABIERTA

(revista digital)

 

 

Palabras de presentación del libro en la librería Books & Books

     Buenas noches, amigos: me place de veras estar aquí por un motivo para mí especial, ya que presentar a dos voces, el libro bilingüe Miami (poemas de la ciudad – poems of the city), de mi querida colegamiga Maricel Mayor Marsán resulta una fiesta innombrable, para decirlo con Lezama, cuyo Ángel de la Jiribilla nos está mirando sonriente y agradecido desde algún lugar de esta prestigiosa librería, centro de importantes “lanzamientos” de títulos, como se dice en Cuba.

     Sin duda, se trata de un jubileo de la poiesis, forma de conocimiento y lúdica, según connotaba Platón en El banquete, término que de algún modo intenta definir la indefinible e inmarcesible, o mejor: la mágica Poesía, a lo que añado que Ella, nunca debe explicar, sino sugerir, provocar e iluminar el pensamiento y, sobre todo, la imaginación.

     Y he aquí el primer mérito de estos poemas de la ciudad” de Maricel. De otra parte, y no menos singular rasgo, es la hondura conceptual de su discurso, como la particular expresión de su profunda mirada al multinacional entorno que, sin explicarlo, lo interpreta, iluminando su compleja realidad.   

     He leído otro poemario sobre nuestra ciudad, Vicio de Miami, del también cubano Néstor Díaz de Villegas, cuyo abordaje y planteo del entorno es distante y distinto del volumen que ahora presentamos.

     Una de las numerosas cualidades de Miami (poemas de la ciudad) es la sinceridad, reveladora de la honestidad de su autora, quien por ella y su luminoso haz lírico logra una suerte de hermoso breviario autobiográfico, pues aquí ha desarrollado la mayor parte de su existencia y, en consecuencia, nos sugiere de su vida profesional en nuestra poblada metrópoli.

     Por ello, nos ofrece importantes datos históricos del contexto multinacional miamense, en cuyo desarrollo decidirían varios fundadores y otros hombres que colaboraron decididamente a construir el hoy deslumbrante entorno de la urbe que nos acoge: William Brickell, Henry M. Flagler, James M. Jackson, J. E. Lummus, Charlie Peacock y William Wagner.

     Asimismo, como homenaje a esta Ciudad de la Cultura (y no del Sol), subraya el aporte de relevantes mujeres, tales la artífice y fundadora de Miami en 1896 Julia Tuttle; la maestra Flora MacFarlane; la escritora, periodista, feminista, defensora del medio ambiente y protectora de los Everglades Marjorie Stoneman Douglas.

     Está, además, el emotivo recuerdo de colegas, con las que compartiera «los trabajos y los días», parafraseando a Hesíodo, tales las tres igualmente destacadas intelectuales de la Isla, ya fallecidas: la profesora universitaria y primera cubana en pertenecer a la ANLE en los Estados Unidos, Beatriz Varela, y las escritoras y también profesoras cubanas Concha Alzola y Gladys Zaldívar. 

     Pero otras cualidades de sus textos son la sencillez casi coloquial de sus versos, no obstante ser traspasados por un hondo lirismo y, otra, no menos singular: la brevedad. Nunca olvido, sobre todo cuando se trata de poesía, el clásico concepto (o, mejor: sentencia) del escritor barroco Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

     Aun otra característica decisiva —tal lógica consecuencia de su poemario, al que marca con tal atributo— es su amor a esta ciudad, acogedora de los latinoamericanos y, entre ellos, por supuesto, los cubanos, índice expresado desde el título de sus poemas y, en particular, en «Decir Miami» que, encabezado por un epígrafe de un gran norteamericano: Benjamín Franklin (“Donde habita la libertad, allí está mi patria”), confiesa, entre otras verdades:

 

Decir Miami es

contar historias en cada esquina

reunir familias a cuentagotas

salvar las horas en desespero

reír a solas en días soleados.

                                Quizás verano, quizás otoño.

Sumar alegrías tras sacrificios

restar esperas de las que duelen.

                                Algunas cortas, otras muy largas.

Vivir pendientes del desafío

mirar al sur es lo que abunda

sentir el desasosiego de los que llegan.

                                Unos más pronto, otros más tarde.

Hurgar entre la controversia y el sentimiento mundano

descubrir amigos y hasta enemigos

escuchar voces diversas y otros acentos

medir la presencia de lo que está ausente

rescatar con gran cuidado la herencia

        tal visible y guardada porcelana en vitrina.

Sacudir a gritos un mal recuerdo de algo lejano

socavar las glorias por las memorias

pedir razones al tiempo ya transcurrido

echar raíces sobre el coral y un gran pantano sureño

fingir saberlo y seguir con paso firme

dejar atrás las sombras y aspirar el olor del mar

                                                en calma sagrada.

 

Decir Miami es decir mi casa.

 

     Otros poemas que evidencian su apego por nuestro multinacional ámbito son: «La luna en el mar», «El mar y yo», «Desayuno en Versailles» y «Coconut Grove», en los que rinde tributo de querencia a sitios del entorno que le diera abrigo desde su juventud.

     Justamente, por ese genuino amor a Miami, no olvida a los que, como ella, han llegado, desde los primeros años del 60 hasta los tiempos más recientes, escapando al fin de la infrarrealidad de la Isla. A ellos, a todos, dedica su hermoso poema: «Cubanos del sur de La Florida», donde expresa con la sinceridad que la identifica el duro y hermoso acontecer de arribar a esta tierra prometida:

 

La historia se repite por más de medio siglo.

Década tras década, cual reciclaje inalterable

los cubanos besan la arena de tus playas,

agradecen tu hospitalidad y conforman tu rostro.

Muchos han hecho de tus tierras su nueva casa.

Algunos no se percatan hasta que el tiempo los vence.

Y, quizás, aún vencidos, nunca logran darse cuenta

de que tú eres abrigo y refugio distante,

fuera del azote político, de la mala voluntad

de los hombres, de las bajas pasiones y del hambre.

Otros se acomodan en la espera, quizás distraídos

con cierta bonanza que acogedora los recibe.

Muchos se aferran a un regreso que no llega,

quizás envueltos en el olvido que los hiere.

De un siglo a otro se traspasó el destino de un pueblo

a la mala suerte del nómada, la de aquel que le tocó

cantar el himno del desplazado aquí en tus costas.

 

     Del propio modo, en otro texto, corrobora su incambiable nacionalidad: «Tres, eran tres»,  que dedica “A todos los cubanos que han cruzado / por décadas el Estrecho de la Florida” y nos dice en los versos finales:

 

Tres, eran tres,

los tres que pugnaban

por seguir su propio camino.

Desde dentro del agua gritaban

para lograr el auxilio esperado,

entre familias y amigos seguros

en el país al cual ansiosos venían.

¡Qué tristeza! ¡Qué esfuerzo baldío!

¡Si tan solo pudieran contar con la ayuda

de una gloriosa trayectoria de estrellas

para granjearse la entrada

y justificar su bravura!

 

     Ampliando su amor por la Isla, así como a la nación que la recibiera con los brazos abiertos, añade otro texto singular: «Cubanoamericana», en el que evidencia su infinita aceptación de su doble nacionalidad:

 

Soy parte del norte que me nutre,

ese todo que me enriquece,

una cultura que me inspira

con su despliegue de libertades,      

                    oportunidad y esperanza.

Soy también parte del sur en mi memoria,

ese recuerdo que habita tan adentro,

quizás distante, pero siempre presente

con la imagen de una familia que fue,

                  de la felicidad fracturada

                  y del país que nunca disfruté.   

 

     El hondo matiz de su sensibilidad subraya la emoción en «Habitar las sombras de la tarde», donde —con epígrafe del Miguel Hernández que compartimos como uno de nuestros poetas hispanos preferidos— ya en su primera estrofa, revela su recóndito sentir:

 

Traigo la tristeza bordada en un costado,

penuria de la edad que se consume en sus heridas

como las grietas de un alma que envejece,

la cicatriz en la piel que no se borra

y la pertinaz traición que no se olvida.

 

     Pero hay más, porque de su amorosa humanidad, el amor filial brota en versos de las más altas dignidad y belleza. Así acontece en textos de notable factura, como «La vida pesa», donde le dice a su amado:

 

Pesan los años transcurridos en soledad,

                pesa el instante

                de algún error cometido en el camino.

 

Pesan las dudas y los recuerdos,

                pesa el vacío de lo que pudo ser

                y no fue.

 

Pesan los años que no pasamos juntos,

                pesa el no haberte conocido

                mucho antes.

 

     Del propio modo, en otro formidable texto dedicado a su esposo: «La patria comienza y termina», el volumen alcanza otro de sus altos momentos, en cuyo final, como esplendente resumen de su valiosa entrega, la poeta nos regala algunos de los más hermosos versos de este excelente haz de poemas:

 

Muy lejos de la demagogia,

despojada de los lastres del siglo XX,

del patrioterismo barato,

de los nacionalismos pasados de moda

y convertidos en clichés

para enardecer multitudes,

desoigo las políticas falsas,

los sueños imposibles,

la compra de mentiras por verdades,

la venta de supuestos “hombres nuevos”

y la aniquilación del rostro de los mismos

con un gramo de retórica.

 

…………………………………………...

 

Nada me seduce ni me aplaca.

Ahora, evoco tu nombre,

me arrimo al árbol de la vida,

me digo y, convencida, te repito

mi única declaración posible

ante este desorden de cosas:

la patria comienza y termina

en el iris de tus ojos.

 

     Por todo lo expuesto anteriormente, les recomiendo la lectura de este hermoso libro bilingüe Miami (poemas de la ciudad – poems of the city) de mi cara colegamiga que hoy presentamos y ponemos a su disposición.

 


 

 Volver