EN EL TIEMPO DE LOS ADIOSES,

DE MARICEL MAYOR MARSÁN

(Navegando a través de su poemario)

  por

Leonora Acuña de Marmolejo

    

     Según el eximio poeta mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950): “La gran preocupación  de la poesía debe ser la expresión del drama del hombre, y este drama ha de ser verdadero. Toda la poesía no es sino un intento para el conocimiento del hombre”.  Pues bien: este concepto lo he corroborado al tratar de navegar y de sumergirme en el cauce del libro EN EL TIEMPO DE LOS ADIOSES, cuya autora es la destacada poetisa y escritora cubana Maricel Mayor Marsán. Éste es un poemario que le emana de las honduras más sinceras de su estro y se da al mundo por las ventanas palpitantes de su sensibilidad filantrópica. Su verso lleva la impronta de una palabra clara y directa; su estilo es libre (“porque el mar no quiere diques, quiere playas”), como lo manifestó la impetuosa poetisa uruguaya de gran lirismo, Delmira Agustini (1886-1914) en su poema REBELIÓN.

   

     La ilustración de la carátula  con la cual presenta su libro (exhibiendo una fotografía tomada por la autora y titulada “Testigo de un adiós”, 1984, detalle de un patio interior de una mansión colonial de La Habana Vieja en Cuba), desde el comienzo nos habla de la nostalgia que anida en su corazón  dolido por el desarraigo de pesaroso exilio. Abre su libro con el poema que le dio título y que dice: “En el tiempo de los adioses/ no hay mendigos, ni pudientes/ ni escépticos, ni agoreros. / Sólo cantos, sólo voces/ se despiertan en el alero de los días.”

 

     En su aliento poético subyace la apesadumbrada remembranza de vivencias salpicadas por los adioses que (deviniendo de los cauces de una delicada emotividad como la suya), han sido tamizados en su cristal de filosófico, reflexivo y sereno discernimiento y han marcado como piedras miliares o mojones, los rumbos por donde ha  transitado su  corazón de emigrante.

 

     Sus inspirados poemas no son herméticos ni crípticos, sino por el contrario: claros y transparentes como lo es ella misma; por esa razón precisamente, me intrigaron, y por eso he tratado de calar con gran placer e interés en el meollo de gran originalidad de los versos de este libro cuyo mero enunciado atrae la atención, ya que la dinámica que lo estructura está entretejida y señalada por los adioses en nuestra andadura por este planeta-escuela; y aunque los adioses son experiencias intransferibles, todos, con mayor o menor carga  emocional, los hemos experimentado. Y todos los adioses conllevan dolor y nostalgia, murria  esta que abre los diques de la expresión en las almas sensibles, y más aún en el alma de los poetas.

 

     Hay armonía de resonancias vivenciales y afectivas que a veces suplican y otras, flébilmente muestran las caretas con las cuales se reviste la verdad social llegando hasta la falencia de pueril ingenuidad, o de real cinismo, como se expresa Mayor Marsán abiertamente y con cierta ironía en su muy pragmático poema El adiós a la verdad (pág. 42): “No hay corrupción sino equívocos legales, / No hay pobres sino personas de bajos recursos,…” Y concluye terminante: “Todos sofismas ridículos, cínicos, casi obscenos.”

 

     En Similitudes del adiós (pág. 41), Mayor Marsán pone en esbozo dentro de unas coordenadas reflexivas, la universalidad y la realidad sin fronteras del adiós en esta forma: “En inglés, francés, español o japonés,….. el mensaje en código de una mano/ que se desplaza en el aire del vaivén /….marca una ineludible despedida, / sin necesidad de traducción.”                  

 

     En El rechazo al adiós (pág. 38), casi deprecante frente a la incertidumbre e impotencia sobre el  destino futuro, aborda con cierta rebeldía, el posible enfrentamiento con las despedidas y declara enfática: “Me resisto a padecer /una nueva despedida, /… canto, informo, declaro, /no más adioses por ahora.

 

     Maricel Mayor Marsán ha vivido concienzudamente el desgarrador momento de los adioses en toda la gama de matices emotivos (esos adioses que van dejando su impronta en nuestros anales anímicos) así en El nacimiento (Crónica del primer adiós), (pág.16) clama: “¡Oh, madre! / de ti me desprendo/ para encontrar mi suerte/ en este único mundo posible.”.

 

     Con admirable realidad de filosóficos ribetes en sus cuatro crónicas de los adioses que marcan las etapas más críticas de nuestra vida, se expresa ella tanto en el poema ya mencionado, como en Llanto en septiembre (Crónica del segundo adiós), (pág. 17); El adiós a la pubertad (Crónica del tercer adiós), (pág. 18); y El adiós estudiantil (Crónica del cuarto adiós), (pág. 19).

 

     Y como la palabra poética nace de la paz, no podía faltar su grito de angustiada protesta y de rechazo a la guerra (y a los argumentos que se esgrimen para justificarla), como lo manifiesta en su poema El adiós a la razón (pág. 13) en el cual pone en tela de juicio la macabra verdad sobre aquella, cuando dice: “….en el patio de las desolaciones, / allí donde las naciones permiten / que su oro humano se convierta en desecho”. Y más adelante prosigue: “Los jóvenes se preparan airosos para los enfermizos juegos bélicos; / ciclo interminable de los siglos”.

 

     El talentoso escritor Carlos X. Ardavín Trabanco en sus Folios de Estío, DE LOS ADIOSES dice: “Parece mentira pero las despedidas alteran el sosiego de mi corazón.” Y termina diciendo: “Concluyo, no sin temor, que los adioses pautan con precisión aritmética  nuestras vidas, y que su número contiene el misterio de la muerte. Ahora sé que nunca aprenderé a decir adiós.”(Periódico LA INFORMACIÓN, de Houston, TX. 31 de agosto al 6 de septiembre del 2000) Este concepto guarda cierta similitud con el poema Los tres adioses (pág. 15), “El adiós a la familia, / el adiós a la patria / y el adiós al amor inconsciente. / Esos son los tres adioses que manejan destinos.”

 

     En mi caso particular, he de decir con toda sinceridad,  que un adiós definitivo, bien sea generado por ruptura o renunciación, es como un monstruo itinerante, alevoso, intemporal y casi omnipresente, que sigue siéndome doloroso; y una  simple despedida aunque signifique solamente un “hasta luego”, me produce cierta melancolía; como si en el trayecto de mi vida hubiese sufrido separaciones objetivas o subjetivas que aún se niegan a borrarse de mi lienzo: no he aprendido a dejar ir.

 

     Y tras de leer el precioso poemario de Mayor Marsán, parece que los sombríos adioses han quedado plasmados en su ser anímico, con transparencia de espalto cual un diorama, o un retablo visual; como si en un mágico proceso mnemotécnico se negaran a desaparecer de la geografía memoriosa de esta sensible poetisa, para pervivir en su camino andado. Ella podría repetir con el famoso bardo chileno: ¡Confieso que he vivido!

  

     Para quienes tenemos la dicha de estar orgullosamente amalgamados por la lengua de Castilla, es un honor contar con una voz poética de tan altruista inspiración, como lo es la de Maricel Mayor Marsán. 

 


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