SOBRE INFLUENCIAS REALES E INVENTADAS

(Prólogo)

 

 por

 

Olimpia B. González, Ph.D.

(Universidad Loyola de Chicago, Illinois)

 

 

                 “Las generaciones no se forman en la voluntad de querer lo distinto, que es apariencia,

 sino en el ser de la creación, del ente concurrente de lo verdaderamente novedoso.”

           

 José Lezama Lima, La expresión americana

 

     Sabemos que arte y autobiografía tienen dimensiones coincidentes. La obra y la vida se asemejan a vasos comunicantes por donde corren los más ricos jugos de la experiencia. En los textos que se verán a continuación, el lector va a encontrarse un puñado de testimonios iluminadores sobre el proceso creativo y sus resultados. Su contenido expresa con agilidad la compleja alquimia de la multiplicación de las imágenes como vivencia elemental de donde surge la persona del artista y del poeta. ¿Qué lleva al “artista adolescente” a descubrir ese camino que irá avanzando ante su vista encandilada?  Como dice José Lezama Lima, crear no es una cuestión de la diferencia o el salto hacia lo contrario, sino un descubrimiento de lo que ya vive en nosotros cuando comprendemos que las ideas que fluyen en nuestro ambiente han encontrado un terreno para crecer y transformarse. Se trata, entonces, de seguir los pasos de múltiples posibilidades una vez que ya se han cristalizado en el acto creativo. 

     Dos pintores y cinco poetas se han puesto a reflexionar sobre la presencia de otras artes en su búsqueda de la expresión. Los cinco confiesan su promiscuidad imaginativa, ya que, desde muy temprano, se les hizo imposible plegarse al forzado divorcio de la forma y la materia, de las palabras y el color, del papel y el movimiento. Siendo poetas, sus momentos de más claridad interior se les impusieron a partir de los intensos colores de un cuadro, o de la huella de unas sombras en la pantalla de cine. Más que hablar del sujeto pasivo de la inspiración, las voces que meditan en estos ensayos mezclan la memoria con el lento paso de una identidad que se ha ido afirmando al alimentar los vacíos de la angustia, la nostalgia y el anhelo de aquello que siempre está dejando de ser. Con unos límites ceñidos al marco de los sentidos —vista, oído, tacto— pero con una amplia capacidad estética para “ver” mucho más allá, estos autores definen su sensibilidad dentro de una época precisa, la segunda parte del siglo pasado, y muestran, con su gusto por lo sensible, la fruición del que necesita  proyectarse en la hora y el momento que le tocó vivir. Ellos se han convertido en proyectil o en fuente borboteante que deja pasar a través de sí miles de gotas lanzadas desde el exterior. Una transparencia falsa, sin lugar a dudas, porque de esa mezcla imposible de las artes surgen brotes de complejidad, reflejos de reflejos donde imagen y palabra se buscan para coincidir.

     ¿Cómo la palabra y la imagen pictórica, la poesía y la pintura, el cine y la música logran encontrarse en el ámbito imaginario que se nos ofrece en estos testimonios? ¿En qué consiste la física inestable de esos vasos comunicantes? Wallace Stevens habla de “la facultad constructiva”, cuya energía se deriva de la imaginación y no de la sensibilidad. Si la imagen nos llega a través de la vista o del oído, su verdadera fuerza está en nuestra capacidad para producir lo inesperado, lo que nos parece un comienzo o una transformación hacia otro nivel de la experiencia. En el mundo interior del pintor o del escritor, todo tiene un mismo origen. Es a ese punto de un comienzo que siempre está por comenzar adonde se dirigen estas reflexiones. Ahí convergen el ballet, el cine, la pintura y, finalmente, la poesía, que siempre se está insinuando para hacernos “ver” lo que no está cerca de la mirada. Las artes se hacen presencia en una realidad temporal, marcando diferentes etapas y posibilidades en las vidas que las sostienen. Así fue que determinados músicos o directores de cine llegaron a marcar las vidas de unos jóvenes impresionables que ya se abrían al mundo en una sociedad que se columpiaba entre la apertura y la cerrazón, el dogmatismo y la necesidad de escapar. Hay que destacar que en todos los ensayos se manifiesta la voluntad de encontrarse en el otro, encarnado ya sea en un místico renacentista, una bailarina rusa, un pintor judío o un poeta coreano. ¿Negación de lo cubano? No, más bien movimiento centrípeto, sístole y diástole de aquel que se observa desde una perspectiva múltiple, dentro y fuera de la realidad que le imponen los otros.

     Cada una de las artes se manifiesta en su propia dimensión, donde se encuentra su característica primordial, la que aparece ante nuestros sentidos, como ha dicho Susan Langer. Esto marca las diferencias esenciales entre las artes y las mantiene separadas.  Pero aunque el color, el movimiento y la palabra se proyectan a través de nuestras capacidades perceptivas, estas diferencias son vencidas en el acto mismo de crear, porque este acto obedece a una necesidad interna y no es simplemente el producto de una realidad exterior. La creación se debe a una “abstracción final”, a una trascendencia, como dijo Langer, y no a la materia prima con la que se trabaja, sea esta una cinta de celuloide o las cuerdas de una guitarra. Por eso, al leer estos testimonios nos adentramos en unas vidas sujetas al azar de los sueños que se confunden con las penumbras y las luces de una película extranjera que se entiende a medias, o con la figura enigmática de un cuadro para,  al final, transformar todo esto en un poema. Conmocionados por la inestabilidad política, como arañas suspendidas en el vacío, estos autores van construyéndose un camino con las palabras o las líneas; este camino les sirve de puente hacia la posibilidad de trascendencia que mencionamos. Se encuentran al tratar de llegar más allá y construyen ese puente para hacerse un lugar donde habitar con sus recuerdos y sus descubrimientos. Se mueven en mundos paralelos, en múltiples dimensiones en las que ellos creen detectar correspondencias. De ahí que un artista plástico, Yovani Bauta, descubriera la belleza de La Habana a través de un libro de Alejo Carpentier, mientras que Gladys Triana confiese que el teatro y la poesía de Calderón la llevaron a percibir el mundo como una abstracción donde los tonos de la tierra se manifiestan como la materia bruta, que no tiene forma todavía. Al seguir los pasos de estos dos pintores, presentimos el efecto de la pérdida que se transformó en imagen, aunque sea la misma imagen de una sencilla cafetera, porque la cotidianidad zozobra ante la posibilidad de no llegar nunca a recuperarse del dolor.

     La variedad de experiencias que nos relatan los cinco poetas del grupo permite afirmar una vez más lo inagotable del lenguaje en su capacidad para abarcar diferencias en el tiempo y el espacio. Carlota Caulfield nos toma de la mano para que saltemos con ella y nos miremos en el espejo de Paracelso. Constructora de mundos extraordinarios, viajamos a su lado entre galaxias inesperadas, para después salir por la puerta de un cuadro de Remedios Varo. Carlota nos emborracha con una fantasía que confunde la nostalgia por la niñez feliz con el misterio de la mujer con muchos dobles que asoman su rostro en lo que ella llama “encuentros casuales” con la pintura. Para Maricel Mayor Marsán, la poesía comenzó a partir de su descubrimiento del ballet. La niña, en su curiosidad, se inspiraba en las coreografías y en los movimientos delicados y las piruetas de las otras pequeñas que bailaban creyéndose Giselles tropicales. Escribir para Maricel era el acto de resistirse a su propia gravedad para mantenerse suspendida en el poema. La emoción de la danza la hacía dibujar los signos en la página donde el tiempo quedaba en suspensión.

     También para esta generación de poetas, el cine marcó otra posibilidad de habitar la imagen. En un momento,   las pantallas de los cinematógrafos se abrieron como ventanas por donde aquellos jóvenes se asomaban a un café de París o a una calle moscovita. Jesús J. Barquet nos guiña un ojo mientras nos cuenta que prefería las películas extranjeras de la cinemateca habanera a la literatura juvenil, porque esta resultaba demasiado pálida cuando la comparaba con una realidad que lo llevaba a pensar que estaba viviendo una película. Según Barquet, los conflictos de clase, sexos y razas podían hacerse más patentes para él por medio de las cámaras que en la literatura infantil; el efecto encantatorio del lenguaje como música se reproducía mejor en la banda sonora de la película que en los párrafos de una historia de aventuras. En su imaginación de poeta, las metáforas eran los cuerpos que atravesaban el espacio proyectado por un rayo de luz y cuyos movimientos lo invitaban a descifrar un mensaje.

     Pío Serrano, por otra parte, encuentra que el filo del poema, el momento de la creación, se hace tangible en el reflejo del otro, un otro que ahora es un poeta coreano con el que cree compartir afinidades. Este poeta de breve y curioso nombre y su poema le sirven de excusa para dirigirnos a otros paisajes, algunos de ellos artificiales, que pudieran también ser producto de un montaje cinematográfico reducido a contrastes en blanco y negro. Sobre todo, nos dice Pío, el yo-autor será siempre un desconocido, el viajero que se detiene a descansar o, añadimos nosotros, el personaje en fuga perpetua.  Por último, María Elena Blanco nos marca el camino, con inevitables rodeos, que se va extendiendo de un poemario al otro, un camino interrumpido por pausas de delicada labor de reconstrucción. Esos días infértiles hechos de poemas espaciados por epifanías son los que hacen posible una escritura que, capa tras capa, escarba una memoria en el acto constante de borrarse y volverse a crear. Muchos de sus poemas nacen a partir de una imagen fotográfica y avanzan bajo el disfraz de una forma exterior para luego escribirse en un lenguaje doblado por el inconsciente: otra voz habla en el lugar de la voz original.  Esta convergencia de la imagen de la foto con el trazo en la memoria es traída a la conciencia producto de un rapto, que es violencia, desplazamiento y deseo, según ella nos explica. Así es su versión del proceso de trascendencia, del paso de una imagen a otra, o de su recontextualización, cuando lo visual se convierte en poesía y se produce el trasvase de la energía creadora. En su poema “El interior de la rosa”, María Elena menciona “la omnipotencia no sólo del rojo sino sobre todo/ del ojo”.

     Es ese el mismo ojo que nos contempla desde todos los amenos ensayos compilados aquí por Mayor Marsán y Barquet e ilustrados por Triana y Bauta, ensayos que merecen leerse con la misma intensidad y detalle con que fueron escritos. Su honestidad y sutileza son testimonio del papel de la cultura contemporánea en la obra de estos intelectuales cubanos.


 

 

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