LO QUE GRAVITA

 

por

 

Dra. Paula Miranda Herrera

 (Académica de la Universidad de Chile)

 

   

Gravitaciones Teatrales, Maricel Mayor Marsán. Miami: Editorial Baquiana, Colección Rumbos Terencianos, 2002.

 

     Nuestra bien conocida poeta, ensayista y editora Maricel Mayor Marsán, nacida en Cuba y quien radica actualmente en Estados Unidos, se interna aquí con inteligencia y espíritu crítico, en el laberíntico camino del teatro, siguiendo por momentos los pasos de Ionesco y de Beckett, y  ofreciéndonos esta selección de seis obras bajo el aspecto de unas “gravitaciones teatrales”.

 

     El término gravitación recorre todas las piezas teatrales. Pero por qué se recurre a este término. La gravitación es, en primer lugar, una acción atractiva mutua que se ejerce a distancia entre las masas de los cuerpos, especialmente los celestes, según nos explica la Real Academia de la Lengua. Toma su nombre evidentemente de la teoría de la gravitación universal y se usa en nuestro lenguaje cotidiano para indicar de qué manera un cuerpo ejerce su fuerza o su dominio sobre otro. Aquí, en estos pequeños espacios teatrales lo que hay es la necesidad de diversos cuerpos, públicos y sociales, cósmicos y terrenales, individuales e íntimos del establecimiento de pequeñas armonías y equilibrios, aunque éstos sean a veces demasiado efímeros y precarios. Lo que gravita aquí entonces son nuestros grandes problemas epocales, y de época en crisis, bajo un enfoque que no ha sido contaminado por la moda del desconstruccionismo ni por la excesiva relativización de todo, impuestas por la postmodernidad, espíritu que lamentablemente ha invadido parte importante de nuestras artes desde los años 60 y hasta acá. Lo que aquí gravita, en cambio, es un ojo escrutador y sencillo, en torno a los monstruosos “errores y horrores” de nuestro tiempo. No es casual que la misma autora publicara el año 2000 su poemario “Errores y horrores/ Sinopsis histórica poética del siglo XX” en la que ya anuncia este temple angustiado, desesperanzado, absurdo y por momentos terminal de estas “Gravitaciones..”.

 

     Pero aquí la figura del poeta, eterno ángel caído y defensor de nuestra identidad primordial, no centra su discurso en su primera persona individual, sino que su voz ha cedido el lugar a múltiples otras voces  y posiciones, ha compartido su ánimo y vivencia con otros seres, quienes al igual que ella, se mueven en el gran teatro del mundo, a veces sin orientación ni propósito, pero en búsqueda de equilibrios y armonías. Aquí la poeta se ha transformado, como quería Enrique Lihn en un “un viejo actor de provincia, bajo una tempestad artificial/ entre los truenos y relámpagos que chapucea el utilero”. Lo que aquí gravita entonces es nuestro tiempo, nuestros temores y esperanzas: en tono épico y cósmico en “El plan de las aguas. Circa 2152”; en tono de denuncia de los sistemas burocráticos en “Análisis de madurez”; en tono demagógico, individualista y de incomunicación en “La roca”; en tono cotidiano e íntimo en dos monólogos: “Las muchachas decentes no viven solas” y “Testimonio de mis días” y finalmente, en actitud dialógica y solidaria en el maravilloso encuentro que mantienen una hija con su madre en “Lazos que atan y desatan las almas”.  

 

     No quisiera yo agotar aquí la reflexión y experiencia que cada uno de ustedes puede o podrá tener con estas gravitaciones, ya sea a través de este libro o de sus variadas adaptaciones en las tablas en diversos países, pero sólo quisiera destacar el que este volumen rescate el sentido vivencial de diversas experiencias públicas y privadas cotidianas. Se trata entonces de pequeñas piezas teatrales que nos lanzan hacia dos tipos de ámbitos: uno público y el otro privado. El primero de ellos, el público, se escenifica primero en un espacio cósmico y cruel (la decisión del Sol y del Mar de terminar con la vida en el planeta), Luego, en el de la burocracia estatal, siempre ilógica e inhumana, que hace que un sujeto aspirante a un cargo tenga que desenredar los hilos torcidos de la cadena de mando para que le sea comunicado el resultado de una postulación a un cargo, el que obviamente no ha obtenido. El solicitante es víctima de su circunstancia; debe atenerse al sinsentido o al absurdo que ya Kafka desarrollara en El Proceso. Siempre en el espacio público, la tercera pieza es “La Roca”, Obra que tiene como personajes a un estudiante, un poeta, un pintor, un obrero y dos políticos. Están todos ellos encerrados en una caverna cuya entrada ha sido obstruida por una roca. Frente a este dilema el poeta y el pintor se ponen al servicio de las diversas funciones a que quieren someterlos los políticos, retrotrayendo al intelectual a su papel de funcionario público. Es así como son capaces de escribir versos o de pintar un retrato de una muchacha, bajo la imagen de la  CIA o la Moral…”Los crímenes de la CIA se verifican también en el campo de la semántica”, decía Ernesto Cardenal hace más de treinta años. Pero en definitiva, cada personaje quiere permanecer en su función social y pública, conservando sus vicios y virtudes, y sacando permanentemente provecho de los que les rodean. 

 

     El espacio privado, en cambio, se aleja de estos macro conflictos y meta relatos y apuesta por los conflictos íntimos, cotidianos, aquellos en los cuales la autora constata la permanente incomunicabilidad de los seres humanos, solos y separados todos por infranqueables murallas. En estas piezas íntimas se intenta reestablecer el equilibrio, la gravitación, a través de las maneras en que las personas interactuamos en el ámbito más íntimo de la familia, de las relaciones de pareja, del amor filial y parental, del amor y resquemores hacia la madre, de las traiciones amorosas, de la nostalgia por el padre: “Un padre que está, pero que a la vez no está, que está más allá de este espacio del mundo que conocemos, de un mundo de transparencias y confusiones”, dice la mujer que monologa en “Testimonio de mis días”, última pieza de este libro.

 

     Consecuentemente, Maricel Mayor recurre en estas piezas a géneros referenciales o a los llamados géneros menores de nuestra literatura: el testimonio, la confesión, el diálogo madre-hija, la crónica (roja y rosa en “Las muchachas decentes no viven solas”). Géneros tan cercanos al cuchicheo y al comadreo susurrante de las mujeres y tan lejano de las palabras altisonantes de los discursos públicos.

 

     Para finalizar este comentario y volviendo a los meta relatos, me parece que el más elocuente y conmovedor es sin duda la pieza “El plan de las aguas. Circa 2152”. Bajo un prisma escatológico, ecológico y esencialmente apocalíptico, la pieza alegoriza la conversación imaginaria, violenta y cruel entre la tierra, el sol, el mar y el aire. Los elementos aquí  tienen un cuerpo que sufre y es invadido, en el transcurso de los diálogos, por fuertes dolores: de pronto le han derramado petróleo en sus aguas al mar o le han talado un árbol a la tierra. Ni qué decirse tiene en lo que toca al viento, quien mientras conversa, tose continuamente y le dice a la tierra: “En otras ocasiones te he ayudado, pero ahora no tengo ni fuerzas ni razones para luchar en contra de los otros elementos. Además, estoy enfermo”.

 

     Es esta pieza una requisitoria en contra de la indolencia humana, de sus instituciones y egoísmo. Sin embargo, las cuatro fuerzas cósmicas prevén una pequeña luz de esperanza en aquellos que sienten la responsabilidad de salvaguardar el planeta: los ecologistas. Aunque su labor sea tan poco rentable y, por lo mismo, poco fructífera a largo plazo. Frente a esta desesperanza, los elementos piensan y discuten. El sol brinda la solución: provocar los deshielos. La tierra no acepta; acusa al sol y al mar de estar confabulados, y pide ayuda al aire. El sol apela a la necesidad de emplear recursos físicos destructores. El recurso de antropomorfizar los elementos naturales permite la racionalización en la exposición de los argumentos. Filosofía, ciencia, religión, sentido común, se entreveran en las voces de La tierra, el sol, el mar, el aire. La solución es mesiánica, pero el tiempo y el espacio se detienen para siempre.  

 

     Arrojándonos a una atmósfera nebulosa, mezcla entre fin de mundo y regeneración de otro nuevo, la obra remite a los arquetipos de muerte y regeneración cósmica presente en todos los mitos de origen de nuestro continente: desde el mito de las edades del antiguo mundo nahuatl, hasta el Popol Vuh y el Chilam Balam de Chumayel de cial mayas, desde los mitos mesiánicos quechuas hasta las luchas entre las fuerzas cósmicas en la cosmología mapuche. El relato se inscribe entonces en la necesidad que ha tenido la inteligencia humana de representarse una y otra vez la forma en que el hombre habita en el cosmos, los principios que rigen su funcionamiento y los diversos momentos de destrucción y regeneración, humana y planetaria, que han tenido lugar en todo tiempo y lugar. Destáquese aquí que todos estos mitos, coincidentemente,  hablan sólo de una destrucción casi total por medio de la inundación de las aguas, aspecto que coincide con el macabro plan que desean llevar a cabo el mar y el sol en “El plan de las aguas”.

 

     Ficcionalización o no, las gravitaciones de Maricel Mayor Marsán nos llevarán una vez más por aquello a lo que no hemos podido renunciar: una condición humana caída y desarraiga, pero en búsqueda permanente por habitar espacios de mayor equilibrio y gravitación.

 


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